Biografía

photo by Bettina von Zwehl

 

 

 

Stephen Grosz es un psicoanalista que ha trabajado con pacientes durante más de 25 años. Nació en Indiana y estudió en la Universidad de California en Berkeley y en la Universidad de Oxford. Actualmente enseña en el Instituto del Psicoanálisis del University College de Londres. Sus casos han aparecido publicados en el Financial Times Weekend Magazine, en El País y en la prestigiosa revista Granta. La mujer que no quería amar es su primer libro.

 

Entrevista con El País

(El Pais, Miguel Mora, Dibujos de Wearbeard)

Cambiando sus nombres y otros datos para respetar su confidencialidad, Stephen Grosz describe con extrema sencillez las complejas vivencias de sus pacientes. A los 61 años, este psicoanalista descendiente de judíos húngaros y rusos, nacido en las afueras de Chicago y residente en Londres, ha publicado su primer libro en España, La mujer que no sabía amar, editado por Debate y que en su edición en inglés (The examined life) ha sido elegido por la crítica literaria de The New York Times como uno de los diez libros más importantes de 2013. La obra recoge los artículos que Grosz ha ido publicando en El País Semanal las últimas 14 semanas, y otros 17 más, partiendo de las “cerca de 50.000 horas de psicoanálisis” practicado a lo largo de 25 años en su estudio-vivienda de Hampstead, el barrio residencial del norte de Londres donde se refugió en 1938 el creador de esa terapia, Sigmund Freud, tras escapar de la Viena invadida por los nazis. Grosz ha dedicado su primer libro a contar casos de pacientes en situación de pérdida o de cambio, y prepara ya el segundo, que tratará sobre el amor y la relación de pareja.

Alto y fornido, vestido totalmente de negro, Grosz abre la puerta de su casa londinense de tres pisos con una sonrisa de anuncio de dentífrico. Parece un actor de teatro, tiene una cara apacible y tranquilizadora y unas extremidades enormes. Enseguida invita al periodista a pasar a su estudio. Bajo una de las ventanas está el inefable diván, que es en realidad una cama con una almohadita blanca; cerca de la cabecera está el sillón de orejas donde Grosz escucha a sus pacientes, y a un lado hay una simple mesa de madera con el ordenador donde escribe y toma notas.

Sobre el ordenador, Grosz tiene pegados con celo en la pared cinco folios blancos con citas y correos electrónicos. “Son frases de lectores a los que les ha gustado el libro, y otras que me ayudan a pensar en lo que estoy escribiendo ahora”, explica. Hay una cita de Virginia Woolf y otra extraída de las memorias de John Updike, Self-consciussness, que dice: “El ser humano no puede ser dejado solo. Necesitamos otras presencias. Necesitamos los ruidos suaves de la noche –una madre hablando en el piso de abajo–. Necesitamos los pequeños clics y los suspiros de una alteridad duradera. Necesitamos a los dioses”. (leer más)